Al leer el libro El golpe al libro y a las bibliotecas de la Universidad de Chile: limpieza y censura en el corazón de la universidad, uno queda impactado con la magnitud y precisión del ataque a los libros y bibliotecas de la Universidad de Chile a partir del golpe de estado. Nos robaron y quemaron muchos libros el 14 de septiembre de 1973, de modo que no hablo como un ingenuo que recién despierta. Pero no había sido capaz de sospechar la delicada precisión de las instrucciones para eliminar algunos códigos exactos de la clasificación Dewey, y autores como Roque Dalton, León Dion o Eduardo Galeano.
Tal como en las casas no recuperamos las pérdidas irrelevantes, en el país no hemos considerado necesario restaurar esas bibliotecas, esas universidades, esos libros, esos bibliotecarios.
El impacto sobre el país está a la vista. Sobre las ciencias sociales. Estas últimas además se han visto sometidas a una especie de domesticación, que ha vuelto roma su agudeza crítica.
Esta falla tiene implicancias severas puesto que impide comprender los vericuetos colectivos, epistémicos y de organización humana que están en la base de la transformación antropocénica y por tanto, de la crisis actual.
Podríamos analogar la comprensión geológica del impacto de la fotosíntesis, con una mirada sobre los efectos planetarios, las concentraciones de oxígeno y las huellas de fenómenos oxidativos en el arqueano. Tiene también su correlato en la comprensión específica de la simbiosis entre bacterias y cloroplastos, digamos de los agentes oxigenantes y de las transformaciones colectivas, que dan origen a esa oxigenación.
Para el caso de los humanos, necesitamos los saberes de las ciencias sociales para considerar las dinámicas de la especie humana que desencadenan el Antropoceno. Sabemos demasiado bien los efectos sobre la temperatura, el Co2, los océanos, el agua, los suelos, los minerales, los plásticos.
Instalados en plena crisis la comprensión de porqué este colectivo humano -occidente, modernidad – ha desencadenado esta colosal debacle, es una cuestión pendiente. Son las ciencias sociales las que poseen mayor experiencia para acometer esa mirada que es además fundamental para una acción coordinada de respuesta. Las ciencias sociales están en deuda.
Nos atrevemos a decir que el sentido común de la especie, un valor de primera importancia en la conformación de la potencia de la agencia humana, hoy tiene poca conexión con la realidad. La distancia entre lo que creemos que sucede y lo que sucede, como entendimiento colectivo es enorme.
El sentido común holocénico occidental,en el cual se sustentan las conductas y la vida mayoritaria de la especie, ya no sirve.
Las universidades y los partidos políticos, los medios de comunicación y las redes, las carreteras y los parlamentos son de poca ayuda en este momento.
Pero unas ciencias sociales activas y diversas mezcladas con humanidades y artes de todo tipo, son el preciado argumento para extrañarse de la crisis, tomar distancia, desarmar el sentido común agrícola y sedentario, vislumbrar sentidos comunes del movimiento, asimétricos, fuera del equilibrio.