Si coloco el origen del sistema de coordenadas en mis pies puedo contarles que a orillas del así llamado Océano Pacifico (que de pacífico tiene muy poco), más específicamente, en las orillas de la Playa Portales (Valparaíso-Chile) acompañado por mi perro y un volantín cargado sobre mis espaldas bronceadas por el sol y el aire marino, me encontraba en mis años juveniles como a un metro setenta centímetros mirando las ondas del mar suaves y tranquilas llegar hasta mis pies, a la vez que sentía como el agua salada escurría bajo las plantas de los mismos socavando la arena que yacía bajo ellos, en particular y de manera notable bajo mis talones. Esto último provocaba naturalmente una tendencia a «irme de espalda el loro», y también la natural reacción a recuperar el equilibrio y la vertical (tal vez debiera decir la radial para ser más preciso).
De pronto el escurrir retroactivo del agua de mar dejo al descubierto un cangrejo que se acercó lentamente hasta mi pie derecho (origen del sistema de coordenadas) y colocó su tenaza alrededor del dedo meñique, no hice ningún intento por retirar mi pie de su alcancé y tampoco le permití a mi perro que lo molestará. Abrió su tenaza, la puso alrededor de mi dedo meñique del pie y apretó, supongo que con la intención (o solo el instinto) de llevarse parte del dedo meñique para su almuerzo. No me dolió mucho. Pero tuve que agacharme para llegar al origen del sistema coordenado y tomar con los dedos índice y pulgar de ambas manos sendos lados de sus tenazas y abrirlas con toda consideración y delicadeza, para liberar el dedo meñique de mi pie derecho (del cual emergieron algunas gotas de sangre) y no causarle daño a la estructura del cangrejo. La jaiba se retiró, pero no sin que antes me mostrará su sistema defensivo, levantado sus dos tenazas abiertas al máximo y dirigiéndolas hacia mí, firmemente parada en el las restantes patas y mirándome sin parpadear (tal vez estos seres misteriosos no tienen parpados, no lo sé).
Con ese nivel de acercamiento vi sus ojos como dos perlas negras y pequeñas, insondables, de una oscuridad impenetrable, incrustadas sobre un par de pilares tubulares pequeños que sobresalían de su coraza. Parecía un pequeño monstruo salido de las profundidades de un mar misterioso.
La jaiba estaba provista de un caparazón duro, calcáreo, de ribetes como los de las empanadas caseras, con forma de una superficie elíptica y curva imposible de reproducir exactamente y, bajo la cual emergían sus extremidades que poseían el mismo color rojizo-anaranjado de su fortaleza.
Probablemente, si uno tuviera dimensiones similares a las suyas, o ellas tuvieran dimensiones similares a las nuestras, nos causarían temor.
Se alejó entre las ondas suaves del mar y la arena como si no hubiese pasado nada, con un andar parsimonioso y lento, como si su propia vida no hubiese estado en riesgo.
Desde atrás se veía graciosa y descuidadamente natural. No la he vuelto a ver.
Pero, me imagino que todavía anda por estas orillas o alguna orilla de islas lejanas y desconocidas buscando su alimento, entrando y saliendo de cofres abandonados y basurales , o tal vez algún pescador artesanal o industrial la atrapo sin siquiera distinguirla, para convertirla en chupe de jaiba, o paila marina, o material para fabricar algún cosmético que a los seres humanos los haga aparecer con una piel más suave y sin manchas frente a sus semejantes, o ya murió de muerte natural y su caparazón flota a la deriva como una pequeña embarcación que lleva consigo algunos pedazos de algas marinas, un poco de arena y pulgas de mar (tampoco sé cuánto vive una jaiba o cangrejo, de acuerdo a nuestro sistema métrico, si es que no es depredada o le ocurre algún siniestro fatal para su sobrevivencia).
Si la volviera a ver, nuevamente la dejaría acercarse a mi dedo meñique del pie derecho para que intentara una vez más sacarle algún pedazo, y tener otra oportunidad de mirar sus ojos negros insondables e intentar descifrar el misterio que existe detrás de ellos y, tal vez con un poco de suerte tener acceso a las profundidades que ha explorado en búsqueda de su sobrevivencia, recreación y reproducción.
Fue un evento único, que no se ha vuelto a repetir.
Tampoco tengo mucha idea de cuál es la presión que es capaz de aguantar el caparazón de una jaiba de acuerdo a nuestro sistema métrico y, en consecuencia, no sé a qué profundidades es capaz de llegar una jaiba o un cangrejo sin implosionar.
Sin embargo, ellas lo saben, y a mí no me importa mucho esa información.
Para aquellos que me quieran ayudar a encontrarla nuevamente, si es que todavía existe, se puede reconocer, porque tiene un número infinito de ribetes, pliegues o rizomas alrededor de la orilla superior de su caparazón. Son costras, durezas calcáreas infinitesimales.
El mar, siempre el mar que golpea estas orillas desde tiempos inmemoriales convirtiendo la roca en arena y dejando una espuma blanca como serpentina donde llega, para que el sol la seque dejando la arena apretada por la sal. El mar y la jaiba ¿quién ha visto el mar? y, sin embargo, escucho el reventar de las olas subir por la Quebrada Cabriterias cada noche antes de quedarme dormido. La ola continua a través del aire que llena la quebrada hasta que llega a mis oídos. Cuando hay marejada o temporal el sonido es poderoso, formidable. Envuelto en las tapas de mi cama me imagino el mar hinchándose como un pulmón gigantesco aquí y allá, generando depresiones entre las
simas, y el pescador luchando contra Poseidón para mantener su pequeña embarcación a flote. Pero, hay un mensaje que viene del fondo del mar que no logro descifrar. Creo que las claves del mensaje están en como rebota la onda sonora dentro de las paredes del túnel que une la Quebrada Cabriterías con la costa, pasando por debajo de la Avenida España a la altura de Yolanda y su posteriores rebotes en las hojas de los árboles y la topografía de la quebrada. Hay que transitar la quebrada y el túnel en una noche oscura, sin luna, para concentrar la atención en los rebotes. En cada rebote se va rebelando el mensaje.
Cabriterías es una de las quebradas más profundas de Valparaíso que separa los así llamados Cerros El Barón y Los Placeres, y por donde bajaron y mataron a Diego Portales, un dictador cuya maldad ha sido denunciada en los últimos decenios por diferentes historiadores de la historia de Chile. Yo la recorrí en fila india junto a una pandilla de alrededor de 20 integrantes entre los cuales se encontraba mi hermano menor Mario (cuyas edades variaban entre los 10 y los 25 años) desde el mar a la ruta 68 y desde esta al mar, atravesando ambos túneles.
El tunel que conecta la Quebrada Cabriteria y la costa, pasa por debajo del sector así llamado Yolanda de la Avenida España. Aparecíamos en la playa como una banda de piratas jóvenes provistos de perros, volantines, pelota de balón pie, paletas que nos había fabricado nuestro segundo padre Sergio Zamora (el Carpintero), con los traje de baños puesto, torso descubierto y por su puesto sin toallas y «a pata pela». La salida del túnel está al sur de donde se encuentra ubicada la UTFSM, así que teníamos que caminar por la orilla de la costa en dirección norte, cruzar el así llamado (por ese entonces) Balneario Los Placeres que quedaba frente a la UTFSM y ya no existe como balneario, ni playa, y donde a veces nos quedábamos a jugar, nadar y saltar desde la Roca del Mono al mar asiendo gala y piruetas de nuestras habilidades físicas, y otras veces continuábamos hacía el norte hasta llegar a la Playa Portales, que por cierto hay que distinguirla en el lenguaje de la Caleta Portales y que quedan ambas dos a poca distancia de la UTFSM.
Fue en una de estas incursiones junto a Carlos y Lucho Frede, Pinilla, Aldo y Alfredo Aravena, Juan y Julio Neira, Guata de Lápiz, Arturo, y mi hermano, entre otros pinganillas que se me van los nombres en este momento, que me acerqué a la orilla y tuve el encuentro con el cangrejo con ojos de perlas negras como bolas de billar en miniatura. Sospecho que él estaba al tanto de los misterios del mar. Sospecho que él sabe cosas que yo no se. De otra forma no me explico la forma que adoptó, y en particular sus ojos impenetrables, profundos e insondables como el mar. (Oscar «Yoga» Orellana)