Constitución I: el problema

El régimen postdictatorial chileno vive en la cabeza de la gente común. Más allá de los vientos de moda, las condiciones materiales que dan soporte a este inmovilismo están basadas en automóvil y consumo de masas. Se trata de un remedo colonial de la ecología del petróleo de USA de los años 50: energía, carreteras, plástico, petroquímica. Al modo chileno: sin autonomía productiva y pagado con las rentas del extractivismo minero y agro exportador. Un intercambio desigual de territorios intoxicados a cambio de importaciones de autos, petróleo y objetos de consumo. Objetos fantasmales que devendrán a la brevedad en basuras persistentes.

Que los saberes de los pueblos originarios, los valores de las luchas feministas y una perspectiva ecológica sean ideas políticas masivas, por ahora no es más que un desafío. Las condiciones de vida diaria muestran que  hoy su peso es minoritario, adornos que pueden incluso alhajar los hogares como souvenirs excéntricos, flotando en medio de una vida basada en petróleo y american way of life. 

El debate convencional no pecó de posmodernismo o nivel académico. Sus limitaciones fueron la amalgama de una perspectiva de decrecimiento/ecologismo/feminismo/valores originarios con las ideas modernizadoras, desarrollistas y economizantes de los Atria o Bassa o Squella. Establecer una distinción entre ambas perspectivas fue parte del déficit político del movimiento ecologista y sus aliados.

Como señala Renato Cristi en su columna del 9 de septiembre en El Mostrador, hay que encarnar en la vida los valores antes de formalizarlos en una constitución. O dicho de otro modo, la nueva constitución no cumplió las condiciones de felicidad de una sentencia performativa. Tras años de repetir que las palabras construyen realidad, la realidad ha hecho astillas las palabras. La performatividad no  permite cualquier cosa. Hay un conjunto de condiciones materiales de las cuales depende que la sentencia funcione. En este caso es obvio que las palabras no bastaron.

Pero hay un par de nociones cuyo uso quedó hecho trizas por la realidad a) Naturaleza: que no es la forma más adecuada de apuntar a aquello que debemos defender y b) Capitalismo, que tampoco es un buen indexador de lo que debemos menguar. Ambas nociones desde veredas opuestas, hacen de los humanos una excepción de la realidad. 

Naturaleza resulta ser un allá, lo otro de lo humano: se llame cultura, social o sociedad. Una vez que el mundo se ha partido en dos, tenemos que hacer un artificioso esfuerzo por lograr una conexión por distintas vías: derechos, SEIA, normas de calidad ambiental. Además la naturaleza es algo que aparenta estar fuera de política, aunque ya el reconocimiento de su existencia sea un eje clave de la política de la modernidad.

Capitalismo es un acá, propio de los humanos. Capitalismo como un isómero especular de Naturaleza, también es algo despolitizado,con existencia independiente, económica o productiva. Capitalismo no es un asunto que pueda ser transformado en la arena política. Es un objeto distante, autoorganizado bajo leyes propias  (valor, fetichismo de la mercancía, tasa de ganancia o mercados, demanda, precios) del mismo modo como se organizan las órbitas de las lunas de Marte o las nubes de gases en el centro de la galaxia.

Defender la naturaleza a través del otorgamiento de derechos se vuelve creíble si la naturaleza es un algo independiente y autónomo. En la medida en que reconocemos su carácter construido y la operación política de enmascaramiento que la anima, el centro de una política adecuada al Antropoceno se desplaza a las luchas geosociales. 

No es entonces sorprendente que un equipo de convencionales con estas ideas en la cabeza, terminaran en la amalgama y confusión, bloqueando la aparición de una voz alternativa. En la medida en que seguimos usando esas nociones, seguimos impidiendo constituir una asociación política  para disputar la hegemonía acerca del tipo de vida que viviremos y del planeta en el cual existiremos. 

Las fuerzas ecologistas/originarias/feministas de la convención dejaron de lado ambas cuestiones: a) disputar el liderazgo con ideas realmente alternativas y b) articular una voz política organizada.

Uno de los aspectos más complejos del problema es que el ecologismo trae malas noticias para las masas postdictatoriales: hay que reducir el consumo, abandonar el auto, bajar de peso, caminar más. No es posible seguir viviendo como hemos vivido, una vez que el boom petrolero se ha agotado. Para un país importador no sólo es caro, sino francamente inaccesible sostenerlo, incluso a costa de las masacres de la biodiversidad en las que vivimos en Quillagua,  Ventanas, Dominga, Catemu, Petorca, Lota, Isla Riesco o Surire.

Ahora que el gobierno ha girado hacia las fuerzas extractivistas, arrastrando a un frágil FA, sin posibilidades de volverse  movimiento organizado, es urgente buscar formas de convergencia para organizar un movimiento ecologista que se sitúe no más a la izquierda del FA, sino en una condición propia, que sea capaz de reconfigurar el espacio político. Es imperativo que el movimiento ecologista gravite con la suficiente autonomía como para recomponer el eje derecha/izquierda, produciendo una distribución alterna a  los ejes conceptuales de la modernidad. Una en la que podamos situarnos como terráneos versus extractivistas.

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