
Saint-Exupéry vislumbró que la tierra es pequeña y frágil, que volcanes, baobabs, ovejas y rosas requieren por igual una dosis de cuidado diario, que no hay especies infinitas, ni océanos infinitos.
Quizás fue su mirada desde arriba que le mostró que todo estaba a la mano (Vol de nuit) o esa fidelidad al cumplimiento de los deberes (Citadelle) o la felicidad de los pequeños encuentros a la orilla de un río (Lettre á un ottage) que le hicieron columbrar que realmente el planeta tierra es minúsculo y que sin una preocupación constante podría acabarse.
De esta tierra de campesinos y viñedos vienen algunas de las más sabias palabras para caminar en el Antropoceno: Exupéry, Deleuze, Latour, Kasik.