
El dilema de los modernos es mantenerse en la crisis del antropoceno como tribu moderna o transformarse y volverse indios. La constituyente quiere ser moderna a todo trance.
¿Cómo resolver la crisis si se busca la salida en proteger una naturaleza que existe únicamente para los modernos?
Mientras sigamos creyendo que vivimos en un mundo doble: sociedad adentro/naturaleza afuera, las soluciones seguirán siendo confusas.
El mundo es uno sólo. Se trate de Gaia, de la mapu, pachama, sistema tierra. No una esfera puramente rocosa, sino un mundo llenos de seres animados y que responden de manera ruda a las perturbaciones climáticas, químicas y biológicas generadas por los modernos.
La crisis ambiental, climática hunde sus raíces en esa dualidad Naturaleza/Sociedad que está en el corazón de la ontología de los modernos. Esta radical oposición entre una naturaleza inanimada, constituida sólo de fisicalidades, distante de un mundo de humanos, pleno de subjetividades, es lo que permite arrasar con bosques, destruir cerros y agobiar el agua y los seres vivos, para obtener ganancias a partir de recursos. Sin disolver todo ese núcleo epistemológico, no hay comprensión cabal de la crisis. Por eso, su mejor nombre no es cambio climático, calentamiento global o destrucción de la naturaleza. Su mejor apelativo es Antropoceno.
La convención y los modernos son excepcionales en su modo de pensar, pues todas las otras tribus de humanos viven en mundos unificados y plenos de animación: viento, animales, plantas, aguas. Animados y colectivos, cosmopolíticos todos, jaguares con los que se debe dialogar diplomáticamente, piedras habitadas por espíritus con los que se debe negociar un acuerdo, plantas a las que se debe un gesto de respeto. Selvas llenas de diplomacia como dice Viveiros, familias llenas de sospechosos incestos con águilas y serpientes. Cuando los modernos piensan en el problema actual, lo piensan modernizando un poco más. Nuevos enclosures, nuevos afueras: la naturaleza como algo a encerrar en el SINAP, con mejores o peores reglamentos.
Como si los tripulantes del Apolo XIII hubiesen pensado que su «Houston, we have a problem”, ocurriera afuera de su nave y del frágil cordón umbilical con la tierra.
Nuestro problema no es ejercer la «freedom to choose» escogiendo un paradigma en las góndolas de supermercados kuhnianos (con el perdón del sabio Thomas).
Nuestro desafío es reconocer que no hay ningún afuera, se lo llame naturaleza, ecosistema, medioambiente. Nuestro problema es aquí adentro, en el interior en el que somos y estamos, el biofilm de seres vivos holobiontes negociando entre ellos, flores e insectos, bacterias y hormigas, hongos y putrefacciones.
Cuando Crutzen en febrero del 2020, en Cuernavaca señaló en una reunión del IGBP que ya no estamos en el Holoceno, sino en el Antropoceno, lo que señala y con èl, la élite de occidente es <<we have a problem>>.
Tras que ese mensaje haya sido radiado por el éter, la convención no puede dejar de abrir esa botella oceánica que al menos señala que ya ha estallado nuestro propio <<pretty large bang>>.
La convención constitucional necesita ser un Houston, es decir una asamblea de 1200 expertos en navegación que traen de vuelta a tierra a un país embarcado en una aventura extraterrestre llamada modernización, cuyo sistema de sustentación ha sido arruinado por una serie de cortocircuitos: Pinochet, Concertación, Piñera, 18 de Octubre y finalmente pandemia. Fallas en la climatización, grave limitación de oxígeno y agua. Podríamos decir que somos millones los Fred Haise afectados corporalmente por la falta de agua, causada por la avería.
Creer que la constitución puede hacer aterrizar a los modernos en la terrestre realidad del antropoceno, sin un movimiento social que está realizando en la vida misma ese aterrizaje, es el mismo error que llevó a una convencional a creer que una sentencia sobre un poder dede abajo, podría ser enunciado con éxito performativo desde la convención. Para tal tarea se precisa un conjunto de equipos y responsables con las destrezas de los Houston: Gene Kranz, «Equipo blanco» , Glynn Lunney, «Equipo negro», Milt Windler, «Equipo granate» y Gerry Griffin, «Equipo oro». Pero esta vez además una fuerza política con la fuerza y convicción de los movimientos sociales del siglo XIX y XX.
Los verbos que causan nuestra crisis y que empapan todo lo que los modernos piensan y viven son: desarrollo, crecimiento,economización, producción. Aceleran la crisis aquí adentro en nuestra Apolo XIII.
La cuestión no es proteger ese afuera, generando otras vez enclosures. Necesitamos recomponer lo que entendemos por economía y producción en la heteropiesis de la vida, a lo que Latour llama generación.
La constitución debe tomar partido. O se ubica del lado de los que entran con sus tanques y bombarderos contra la tierra o de quienes defienden con biología las condiciones de existencia. En esto no hay un sustrato común. Tal vez tregua y negociación. Pero para eso, reconocimientos de la existencia de bandos en beligerancia.
Cuando nos enteramos que hay en la RM 52 mil piscinas en plena megasequía, podemos entender qué sienten los ucranianos.
La convención sólo puede escribir aquello que colectivos en acción estén ya realizando.
La debilidad organizativa de la clase ecologista para desplegar su capacidad es lo que permite la ceguera antropocénica de la convención y del gobierno.
La presencia del antropoceno en estos dias de marzo: megasequía, temperaturas extremas en la antártica, guerra y precio de combustibles, nos gobierna, nos constituye y nos convenciona.
Las reglas convencionales, ministerios, subsecretarias e instituciones colectivas deben comprender esta nueva situacion geocolectiva de nuestras vida y desde allí, ordenar sus esfuerzos.
Entre tanto la urgente organización de una clase ecológica conciente y orgullosa de hacerlo, llena los afanes del pueblo ecológico que disperso y fragmentado, empieza a reconocer en su vida los signos de antropoceno descoyuntado.
Descarga aquí Las dificultades de la Convención y lo que debe importar a la clase ecologista