Pehuén, catedral de las torcazas; torrenteras donde abrevaron pumas; mañíos de virilidad; amartelados, sollozantes copihuales … Como cielos de primavera olían los palos, por el trato del fuego. Talados los boscosos montes de Arauco, la leña es una ausencia.
INCHIN TANIL MAPU . Hernán Carvajal, malleco, abril de 1960.
Si las guerras corrompen la vida misma, una guerra fratricida disloca los vínculos elementales de las colectividades.
El empeño guerrero en araucanía ha producido un colapso institucional en el estado chileno y sus instituciones, del cual no se puede salir sino mediante el diálogo y la paz.
Un diálogo que debe establecer nuevas formas de coexistencia con nuestros pueblos originarios. No con sus descendientes. Con su presencia actual.
La “reducción” no es más que un puñado de empobrecida tierra, donde a duras penas brota la vegetación de la agonía, la botánica de la consunción que mentan “pasto pellejo”
(ibid)
La primera cuestión es el derecho a nombrar por los pueblos originarios. Nombrar lugares, nombrarse como personas, nombrarse como pueblos. Es sorprendente que zonas abiertamente originarias, en donde la presencia de los pueblos primeros marca cada camino, bahía, viento o luz, estén salpicadas de una toponimia anglosajona o española o latina.
Recuperar la capacidad de nombrar es paradójicamente la primera cuestión. Pacífica, poética si se quiere –como si la poesía fuera un lujo, algo nimio, un capricho incluso–, nada económica mucho menos partidista, militante o de gobierno.
Nombrar es mucho más básico que lo económico o lo político. Es lo primordial, desde donde podría aparecer la política o la economía o los gobiernos.
Se hizo negra la vida que es clara. Al camino público fueron lanzados los pobladores de Loncomahuida y Chihuayhue. Polma tienta el encostrado de su oreja que rebanaron. La traila de Serapio San Martín –administrador general del ulmén Silva Correa—, consumó el despojo.
(ibid.)
La segunda cuestión es la forma de los parlamentos. No todo pueblo quiere ser nación moderna, mucho menos republicana. Las formas en que parlamenta un pueblo no necesariamente deben ser las del occidente decimonónico, partidos, representantes electos, padrón electoral, urnas. Consejos de ancianos, reuniones de sabios, encuentros territoriales. Capacidad de dotarse de las formas de parlamentar como pueblo que decidan. Latour quiere un parlamento de las cosas. Cuánto más hoy en que el agua, la tierra, hasta el sol han sido despojados de su voz.
Parco de voces, Lemún siente las palabras en intensidad: “Terminamos como inquilinos de la tierra que fuera del indígena”. Neblinoso el vigor, con regusto a guija en los belfos, estertoran de hambre las bestias. Esqueletados, los chiquillos mueren por “el empacho”. Hablante de maldición, el huinca consuela por masacre: “Dios necesita a los angelitos”.
Tercera cuestión, cuáles son y cómo se regulan los comunes. El aire es común …¿los bosques? ¿las aguas? ¿Puede un pueblo decidir cuáles son sus comunes? ¿…y trazar las reglas básicas con que se administran esos comunes?
Sucio mandato, historia sucia, cuento sucio. La justicia y la autoridad son verduguez para el mapuche. Como las grandes lluvias el odio hace oscuro. Acotaron la tierra con alambrados hostiles. Pero no sólo los toros tienen el instinto del estiaje.
(ibid.)
Cuarta cuestión y final, los permisos y los deberes. ¿Quién puede medicar, quién puede navegar una dalca, quién puede usar una corteza como embarcación? Los pueblos deben recuperar no sólo el saber verdadero, sino la potencia epistemológica de quienes reconocen en la vida misma el saber verdadero.
El agua entre carrizos refleja estrellas de centellear furioso. Expulsan un hálito dulzón las melosas, que trastorna la cabeza; otras son las cizañas cuyo picante llega a ser amargo. Andina y oceánica es la noche de la tierra.
Clavas de Cautín, piedras de rayo, Obsidianas de Lonquimay, callas de puntiagudo hueso, oh perdidas pero encontradas herramientas del mapuche, dais un sonido recio y las enterradas flechas se ponen de pie.
Fantasmas de ritos sangrientos, electrizados gritos de guerreros que fieramente acometen. Arauco es un volcán que despierta.
Los pueblos originarios saben mejor que nadie que la tierra está agotada. Que occidente hace más de 500 años en su intento de dominar al planeta, de volver las existencias nobles en recurso, de soñar con acumulaciones sin límites, cacerías sin límites, riquezas sin límites, ha desatado fuerzas de dimensiones colosales y de alcance desconocido.
Es un diálogo de paz al interior del estado nación chileno y de recuperación de un sabio rumbo casi aniquilado.