Desde que apareció el estado en nuestras tierras hace casi 500 años hemos tenido tres grandes símbolos de su presencia.
La corona: ensamblaje cefálico de metales purificados y joyas. Símbolo del extractivismo mas tóxico, el mercurio que purificaba el oro, asesinaba indios y ríos. Guerra colonial contra los pueblos.
La guerra de independencia dió paso a la banda presidencial,siempre acompañada de una espada. Una blandura industrial, cultivo introducido de la seda, europeísmo de los fundadores de la nación-estado.
La constitución porvenir enarbola una rama de canelo. Lo salvaje vuelve a entrar en los salones. El bosque diezmado y bautizado de manera europea, asimilado a la bíblica canela (cinamomo), entra como un torbellino agenciando un nuevo orden, a partir precisamente de ese desequilibrio.
El aŕbol en vez del libro,o más bien, el libro que debe siempre ser primordialmente árbol.
¿Y la hoz y el martillo?
Se equivocan quienes ven en la derrota de la hoz y el martillo -pese a su florecimiento parecido a la quila- solo una torpeza de su vocero. No hay aliento para las máquinas, para los engranajes, el vapor, para el cultivo y el hierro.
Faltan aún los animales que jamás fueron domesticados en américa.
Una vez que ellos empiecen a aparecer estaremos entrando en la cosmopolítica para el antropoceno.